viernes, 22 de agosto de 2008

El arte de saber jugar


La vida es un gran juego. Desde el vamos nos impone un tablero con muchísimos muñequitos de colores y tamaños distintos (personas que vamos a ir conociendo a lo largo de nuestra vida: familia, amigos, parejas), nos impone reglas, obligaciones, premios; y nos acerca un manual sobre las distintas formas de jugar, formas dentro de las cuales tenemos que hacer elecciones. El manual nos hace elegir algo a lo que dedicarnos, un lugar donde vivir, la gente que queremos que nos acompañe... el juego se arma y fortalece en elecciones. Y por otro lado está el azar, el temido azar: la parte en la que tiramos los dados sin saber lo que va a salir. Es la parte del juego que no podemos controlar, pero con la que tenemos que aprender a lidiar para poder pasar al siguiente casillero.

Cada uno de esos muñequitos de distinto color y tamaño constituye otro juego en sí mismo, cada persona nos invita a entrar en su propio tablero y jugar según sus reglas, premiaciones y castigos, como también nosotros dejamos pasar a esas personas a nuestro tablero.

Y el éxito de nuestro juego está en aprender a jugar en el tablero de cada persona que nos rodea, de cada persona nueva que conocemos, o de las que conocemos hace ya muchos años. Entender su manual de reglas, aceptar sus premiaciones, premiarlos, tener la capacidad de conocer a la perfección cada piedrita de su tablero, los casilleros que tienen en mal estado, los casilleros que nos benefician o hacen bien; todo esto para poder salir de un tablero y entrar en otro con perfecta comodidad. Aprender a querer a cada muñequito, saber en qué tablero somos bienvenidos y en que tablero dejamos de serlo, saber en qué tablero nos necesitan más que en otros, saber que tablero deberíamos (o querríamos) elegir para pedirle a su muñequito que se quede a vivir por siempre en el nuestro...y a veces hasta se crea un tercer tablero de la unión de dos...
Y en esto reside el arte del juego...

miércoles, 13 de agosto de 2008

Perder el norte


Cada diez o quince días pasa... es como si ese océano de equilibrio, estado alfa y paz interior se fuera diluyendo; o más bien, concentrando en la garganta en forma de nudo hasta que finalmente estalla.

No sé si es la fiesta de la revista y todo lo que trae aparejado en cuotas de nervios y mucho trabajo; o el tsunami que se me viene encima a partir de la semana que viene, (retomo la rutina más cargada aún que el primer cuatrimestre pero con las mismas 24 horas diarias disponibles); no sé si fue ir a lo de Vir y dormir hasta la una del mediodía un miércoles descajetando mi rutina diaria, (espero que no sea esa la razón porque indicaría un grado de paranoia importante). Pero bueno la cosa es así: hoy resulta ser un día en que "salva tu alma" (siguiendo las palabras de Vir), o "stop!" (siguiendo mis palábras) parecen ser las consignas.

Y para mi, ese momento que termina desembocando en una gran bocanada de aire, placer y felicidad, consiste en suspender todo todo lo que haya que hacer; apagar el celular de un saque; cambiar el jean con el pullovercito y la remerita por uno de esos conjuntitos de joggin tan lindos y cómodos (en los que viviría metida si no fuera porque constribuyen a bajar mi edad en unos 3 o 4 años); prepararme mates con yerba de naranja; comer muchas de esas galletitas tipo bomba de chocolate (con mucho aceite vegetal hidrogenado, ese que hace tan mal :P) acurrucada en el sillón mientras miro tele; conectarme al msn en modalidad away; dejar abierto el facebook para boludear de vez en cuando; leer los blogs de la web Oh! Lala; y escribir algo en mi blog. Lugar donde me encuetro conmigo, donde aclaro el panorama, donde me acuerdo de que ésta es la vida que yo elegí, aunque a veces sienta errónameante que vivo la elección de otros.

Todo esto hasta que se haga de noche y entonces ahí si, después de un oasis que recargó exitosamente mis energías, armo la agenda del día siguiente pensando: "mañana será otro hermoso día..."

martes, 5 de agosto de 2008

Sobre la liviandad de las palabras


Solemos atribuir a las palabras más poderes de los que realmente tienen. Solemos pensar que con ellas podemos cortar lazos, o afianzarlos, o enredarlos. A veces nos da miedo decir ciertas cosas porque las sentimos como venenosas, como puñales. A veces nos sentimos envenenados o apuñalados por palábras que llegaron a nuestros oídos directa o indirectamente. Otras veces nos sentimos desubicados diciendo cosas que realmente pensamos.

Es cierto que las palabras según como estén empleadas y combinadas nos afectan muchísimo: lastiman, enamoran, entristecen o alegran, y enferman a veces: guardarse palabras nos carcome por dentro. Es obvio que no fueron creadas para ser guardadas; las palabras deben decirse sin miedos, sin restricciones, sin suposiciones ni rodeos.

Miles de veces tuve miedo de decir cosas porque suponía que las consecuencias podían ser drásticas (muy a menudo todo es drástico para mí, convengamos que me cuesta la parte del chorro de soda para tomarme algunas cosas). Y siempre me paralizó el hecho de sentir que estaba cerrando o abriendo puertas sin vuelta atrás con solo decir palabras, como si ese conjunto de letras emitidas fonéticamente realmente tuvieran la capacidad de crear censuras tan grandes e irreversibles.

Y una vez que lograba decir las temidas palabras, sentía que había dictaminado algo, me sentía como una jueza con el martillito, como si hubiera cerrado una causa, o abierto causas innecesarias.

Y lo cierto es que mi corta vida me ha demostrado que las palabras no sirven de tanto...que las acciones superan a las palabras, y que estas últimas no siempre son el reflejo de lo que pasa por el crebero o por el corazón.

Es bueno saber y tener muy presente que la vida es algo tan inmanejable que ni un puñado de palabras muy bien pensadas puede cambiar en alguna medida su curso.

Las palabras son solo palabras y se las lleva el viento consigo muy fácilmente. Detrás de las palabras están los verdaderos pensamientos, sentimientos, impulsos, desesos, y acciones...esas sí tienen mucho peso.

Y también es bueno no olvidar que la vida da miles de vueltas, y lo que alejamos con palabras puede volver...o al menos las palabras, no borran a nadie el camino de vuelta.

viernes, 1 de agosto de 2008

Maite y la Osa gigante de peluche - (Capítulo I)

Maite era una nena especial. Llena de un mundo propio que la desbordaba en todo sentido, se transformaba día a día en una nueva caja de Pandora de la cual podían salir estrellas doradas de brillo enceguecedor, como estallidos de fuego y lava peligrosamente corrosivos. Odiosa de las trabas y los controles, Maite suponía que su vida le pertenecía (si bien había sido creada por dos personas más), y que solo ella sabía cuál era la forma de ser feliz y hacer feliz a los demás, según su cosmovisión tan particular y a veces poco entendida.
Maite era una chica muy querida, y así se sentía: muchos amigos y conocidos que la rodeaban depositaban en ella confianza, secretos, ilusiones, problemas, tristezas, descorazonamientos y alegrías. Daba y recibía afecto casi como el desayuno de todos los días; y de hecho, de eso subsistía: el contacto interhumano, según sus propias palabras, era la razón de ser de Maite en este mundo.
Pero había alguien, que por más esfuerzo que Maite hiciera, no lograba conformar ni hacer feliz: la Osa gigante de peluche. Cuando Maite llegó al mundo, una Osa gigante de peluche que arribó con un moño rosa de regalo, fue la encargada de acompañarla en cada paso y cuidarla de los males y manchones negros que “amenazan” (o “hacen”, diría Maite) a este mundo. Maite trataba siempre de colmar todas las expectativas de la Osa: actuaba según su mandato, y se esforzaba en ser la persona que la Osa de peluche quería que fuese.
Sin embargo, difícilmente lograba cumplir con sus altas expectativas: tropezaba a cada paso creyendo erróneamente que hacía lo correcto, aunque para la Osa gigante, jamás era lo correcto. Maite no entendía por qué razón la Osa quería que ella fuera una nena que no era, si su cosmovisión profería que para poder convivir, había que aceptar a cada persona tal como es, y quererla de esa manera, sin peros.
Por otra parte, Maite era una chica diez, y todo el mundo se lo decía. Se sorprendían de su entusiasmo, su creatividad, sus ideas, y su forma de ser tan espontánea, a veces ingenua, y librada de malas intenciones. Todos, menos la Osa de peluche…
Pero Maite (mujer de armas tomar) un día, tomando represalias decidió desaparecer. Cansada, frustrada, y colmada de la culpa que le producía no poder hacer feliz a la Osa gigante, Maite agarró su valijita de cuero marrón y se fue sin rumbo, queriendo encontrar tal vez un elefante, tal vez un oso, tal vez un koala, tal vez un cocodrilo de peluche, que la acepte tal como ella era, y fuera feliz en tanto ella lo fuese.
Maite nunca más volvió, pensando que así la osa gigante iba a ser inmensamente feliz; ya que a países o universos de distancia, ella no podría traerle ningún otro problema. Sin embargo, contrarrestando sus pronósticos, a partir del día de su partida y hasta hoy en día, Maite sigue siendo un problema para la Osa gigante, que no duda en decir a cuanta persona se le cruce por enfrente, o a si misma cuando está en soledad: “Es que Maite siempre fue una desagradecida. Cuando tuvo que pedir cosas lo hizo sin titubeos, pero jamás pudo hacer nada por los demás”.
Maite no pudo comprender qué era lo que la Osa realmente pretendía de ella, y jamás recibía por parte de otras personas las acusaciones que la Osa le profería en su contra tan decididamente. Maite se veía como un monstruo en el imaginario de la Osa, mientras que sabía que era todo lo contrario para el resto de las personas que conformaban su universo.
Maite no pudo hacer feliz a la Osa...nunca. Pero con el tiempo pudo comprender que tal vez la felicidad de la Osa no era su responsabilidad. Aunque se tirara todas las culpas encima y se hiciera cargo de las tristezas, retos y acusaciones que colmaban su cotidianeidad, la Osa tendría que aprender a ser feliz, lejos o cerca de Maite, que no estaría dispuesta a abandonar su mini universo de fantasía que la hacía tan tan especial, para toda persona que no fuese la Osa gigante de peluche.