viernes, 1 de agosto de 2008

Maite y la Osa gigante de peluche - (Capítulo I)

Maite era una nena especial. Llena de un mundo propio que la desbordaba en todo sentido, se transformaba día a día en una nueva caja de Pandora de la cual podían salir estrellas doradas de brillo enceguecedor, como estallidos de fuego y lava peligrosamente corrosivos. Odiosa de las trabas y los controles, Maite suponía que su vida le pertenecía (si bien había sido creada por dos personas más), y que solo ella sabía cuál era la forma de ser feliz y hacer feliz a los demás, según su cosmovisión tan particular y a veces poco entendida.
Maite era una chica muy querida, y así se sentía: muchos amigos y conocidos que la rodeaban depositaban en ella confianza, secretos, ilusiones, problemas, tristezas, descorazonamientos y alegrías. Daba y recibía afecto casi como el desayuno de todos los días; y de hecho, de eso subsistía: el contacto interhumano, según sus propias palabras, era la razón de ser de Maite en este mundo.
Pero había alguien, que por más esfuerzo que Maite hiciera, no lograba conformar ni hacer feliz: la Osa gigante de peluche. Cuando Maite llegó al mundo, una Osa gigante de peluche que arribó con un moño rosa de regalo, fue la encargada de acompañarla en cada paso y cuidarla de los males y manchones negros que “amenazan” (o “hacen”, diría Maite) a este mundo. Maite trataba siempre de colmar todas las expectativas de la Osa: actuaba según su mandato, y se esforzaba en ser la persona que la Osa de peluche quería que fuese.
Sin embargo, difícilmente lograba cumplir con sus altas expectativas: tropezaba a cada paso creyendo erróneamente que hacía lo correcto, aunque para la Osa gigante, jamás era lo correcto. Maite no entendía por qué razón la Osa quería que ella fuera una nena que no era, si su cosmovisión profería que para poder convivir, había que aceptar a cada persona tal como es, y quererla de esa manera, sin peros.
Por otra parte, Maite era una chica diez, y todo el mundo se lo decía. Se sorprendían de su entusiasmo, su creatividad, sus ideas, y su forma de ser tan espontánea, a veces ingenua, y librada de malas intenciones. Todos, menos la Osa de peluche…
Pero Maite (mujer de armas tomar) un día, tomando represalias decidió desaparecer. Cansada, frustrada, y colmada de la culpa que le producía no poder hacer feliz a la Osa gigante, Maite agarró su valijita de cuero marrón y se fue sin rumbo, queriendo encontrar tal vez un elefante, tal vez un oso, tal vez un koala, tal vez un cocodrilo de peluche, que la acepte tal como ella era, y fuera feliz en tanto ella lo fuese.
Maite nunca más volvió, pensando que así la osa gigante iba a ser inmensamente feliz; ya que a países o universos de distancia, ella no podría traerle ningún otro problema. Sin embargo, contrarrestando sus pronósticos, a partir del día de su partida y hasta hoy en día, Maite sigue siendo un problema para la Osa gigante, que no duda en decir a cuanta persona se le cruce por enfrente, o a si misma cuando está en soledad: “Es que Maite siempre fue una desagradecida. Cuando tuvo que pedir cosas lo hizo sin titubeos, pero jamás pudo hacer nada por los demás”.
Maite no pudo comprender qué era lo que la Osa realmente pretendía de ella, y jamás recibía por parte de otras personas las acusaciones que la Osa le profería en su contra tan decididamente. Maite se veía como un monstruo en el imaginario de la Osa, mientras que sabía que era todo lo contrario para el resto de las personas que conformaban su universo.
Maite no pudo hacer feliz a la Osa...nunca. Pero con el tiempo pudo comprender que tal vez la felicidad de la Osa no era su responsabilidad. Aunque se tirara todas las culpas encima y se hiciera cargo de las tristezas, retos y acusaciones que colmaban su cotidianeidad, la Osa tendría que aprender a ser feliz, lejos o cerca de Maite, que no estaría dispuesta a abandonar su mini universo de fantasía que la hacía tan tan especial, para toda persona que no fuese la Osa gigante de peluche.

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